Ahora mismo estoy escribiendo estas líneas desde la
ciudad alemana de Mainz, en Alemania occidental. Es una preciosa ciudad a
orillas del Rin en la que he tenido la inmensa suerte de pasar una parte
importante de mi vida.
Antes de comenzar a desarrollar un poco el
texto me gustaría recalcar que esta parte del país en la que ahora me encuentro
es una especie de burbuja, y explico por qué. La zona de Alemania conocida como
Rhein-Main (las cuencas de los ríos Rin y Meno) es una de las más prósperas de
toda Europa. Ciudades como Frankfurt, Wiesbaden, Mainz o Darmstadt, entre
otras, acumulan un gran tejido empresarial así como importantes
infraestructuras públicas. Mencionaré solo algunas de las grandes empresas que
están en Mainz y alrededores: Schott
(empresa de vidrio que fabrica casi todos los cristales de televisiones o
vitrocerámicas de Europa), la farmacéutica
Boehringer-Ingelheim, Opel (en Rüsselsheim, al lado de Mainz) o Merck
(en Darmstadt) Además, las universidades son de una gran calidad y existen
centros de investigación como GSI o la Agencia Espacial Europea en los que se
llevan a cabo investigaciones punteras en diferentes campos de la ciencia y la
tecnología.
Aunque parezca lo contrario no estoy en
absoluto haciendo propaganda de estas empresas ni tampoco estoy comparando con
la situación en España. He puesto estos ejemplos porque me van a ayudar a poner
mi primer punto de apoyo: gran parte de la riqueza de esta tierra proviene del trabajo
de los inmigrantes llegados a Alemania después de la II Guerra Mundial.
Durante el proceso de reconstrucción, especialmente en 1959, las empresas
alemanas carecían de mano de obra. Es por ello por lo que trabajadores de
Grecia, España, Portugal y Turquía fueron contratados en masa para cubrir estos
puestos de trabajo. Gracias a esta mano de obra las empresas crecían a ritmo
alto a costa de la explotación laboral. Hasta la llegada de la CEE los
trabajadores extranjeros no gozaban de las mismas condiciones laborales que los
trabajadores alemanes; pero hay que tener en cuenta que muchos de estos
inmigrantes lo eran por poco tiempo. Estaban emigrados el tiempo necesario para
conseguir dinero suficiente con el que regresar a sus países de origen. Es por
ello por los que muchos desistían de cualquier lucha sindical. Este escenario
era el normalizado hasta los años 60, y a todas las partes implicadas les
beneficiaba: por una parte, el trabajador ganaba mucho dinero en poco tiempo y
regresaba a casa, por otra, las empresas alemanas obtenían grandes beneficios y
por otro lado los países de origen veían cómo sus tasas de paro se reducían.
En esta parte del país se sabe y acepta que
los inmigrantes son una parte importante de su riqueza. Es por ello por lo que
no existen, salvo casos aislados, movimientos en contra de la población
inmigrante. De ahí que al principio del texto haya dicho que esta zona es una
burbuja.
Sin embargo, existen otros núcleos en los que
la realidad es muy distinta. Ciudades del norte, cerca de la desembocadura del
Rin, o en el este de Alemania viven situaciones que nada tienen que ver con
esta parte del país.
Cuando las condiciones laborales de la mano
de obra extranjera se equipararon a las de los trabajadores alemanes, mucha
gente ya no venía de manera temporal sino que traía o formaba familia en
Alemania. El ritmo de crecimiento de esas familias era superior al del resto de
familias alemanas, por lo que finalmente barrios enteros estaban habitados por
personas inmigrantes. Esto, junto con la automatización de la industria,
provocó que los puestos de trabajo disponibles fueran cada vez menos
cualificados. De sobra sabemos, por la experiencia en España, que esto suele
ser el caldo de cultivo de la intolerancia y xenofobia. Además, hay que tener
siempre en mente un hecho muy
importante: la caída del muro de Berlín. Lo dejo de momento en el aire.
En el año 2015 llegaron “de manera masiva”
(lo entrecomillo porque el vergonzoso comportamiento de la UE en este asunto da
para varios artículos) a Alemania refugiados sirios y afganos, lo cual hizo
aumentar el miedo y el odio en la población más conservadora hacia los
inmigrantes, en particular de religión musulmana. Es por ello por lo que el
partido neonazi Alternativa por Alemania
(AfD) aprovechó esta corriente y obtuvo un 13% de los votos en las elecciones
de 2017.
Recordemos que en Alemania está prohibido
hacer el saludo nazi o la exhibición de símbolos relacionados con el nazismo,
así como la negación del holocausto. Sin embargo, estamos viendo noticias estos
días que deberían preocuparnos. Que algo esté prohibido no significa que no
exista. Ese sentimiento de protección de valores nacionales está muy arraigado
desde siempre por un alto porcentaje de la población, sobre todo en el este del
país. El resurgir de estas corrientes de odio están provocando que esos
sentimientos, que a pesar de su alto grado de odio e intolerancia no sean
apología del nazismo, sí acaben confundiéndose y además salgan de manera
conjunta a la calle. Es decir, este movimiento está compuesto tanto por
neonazis como por personas que muestran intolerancia a todo extranjero no
adaptado, figura que identifican con el inmigrante musulmán, especialmente.
Hay una especie de ley no escrita que dice
que “cada vez que un movimiento fascista toma fuerza en la calle,
inmediatamente debe de ser contrarrestado por otro para evitar que tome más
fuerza”. Ciudades del este de Alemania
han vivido fuertes enfrentamientos entre neonazis y antifascistas. Sirva como
ejemplo Leipzig, una ciudad de izquierdas en la que el nazismo ha ido cobrando
cada vez más fuerza entre la población joven.
Este auge ha sido compensando por movimientos antifascistas, hasta el
punto que podríamos decir que la ciudad está partida por la mitad.
Hasta ahora, todas las manifestaciones
públicas de odio y apología del nazismo habían sido contrarrestadas por
antifascistas y policía, es decir, el Estado no permitía ciertas
manifestaciones públicas de odio. Sin embargo, estamos viendo como
recientemente una marcha neonazi en Berlín fue consentida por la policía y
además miembros antifascistas fueron detenidos por tratar de evitar el avance
de la manifestación.
Esto
es lo realmente preocupante. La DDR y el muro de Berlín fueron el freno para la
expansión del nazismo en la posguerra. Sin embargo, ahora que no están su auge
parece imparable. ¿Qué ha podido pasar y cómo se podría parar?.
En mi modesta opinión, se han juntado varios factores.
Por una parte (y creo que es la componente principal) una prostitución del
lenguaje, en el sentido de que todo lo relativiza y pervierte. De repente
existe un debate sobre si el nazismo entra dentro de la libertad de expresión o
no y de si por lo tanto debe ser respetada como opción de pensamiento. Existen
personas, incluso que se consideran de izquierdas, que niegan que sean neonazis: simplemente son alemanes hartos de lo que están haciendo con su pueblo (sic) Esta especie de equidistancia o “buenismo” es un argumento que está calando cada vez más y más apoyándose en falacias del tipo “bueno, los musulmanes matan y violan; solo se defienden”.
Por otra parte, junto con el calado en el
subconsciente colectivo de esos mensajes, tenemos la inacción o tibieza con la
que la izquierda está actuando. Ya no en Alemania, sino a escala global.
Prácticamente el peso de combatir el neonazismo recae sobre los grupos
organizados antifascistas en la calle; pero ¿dónde están los valores
Republicanos y de clase? Los partidos de izquierda en Europa se limitan a
condenar acciones en la distancia, pero no hay un contramensaje que compense a
los mensajes de odio dominantes. No están siendo el contrapeso ideológico y son
cómplices de ese relativismo perverso.
Como comentario final: si finalmente ese
mensaje gana, estamos perdidos.
Jose Cuenca
@joseMainz
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