La República lucha por vivir más allá de las piedras
El
14 de abril es el día en el que los que decimos ser republicanos
conmemoramos el nacimiento de la II República española. Fue sin
duda el periodo de nuestra historia en el que podríamos asegurar
que se alcanzaba la madurez democrática en España. Este proceso
fue, sin embargo, interrumpido por un terrible golpe de estado
militar en 1936 por parte de Franco.
Lo
que vino a partir del 1 de abril de 1939 es de sobra conocido por los
republicanos y por los familiares de las víctimas. El periodo de
oscuridad duró cuatro décadas, pero hasta nuestros días podemos
notar los coletazos del espíritu fascista que sobrevuela nuestra
sociedad y poderes públicos; a pesar de todo el tiempo que ha pasado
desde la muerte del dictador.
La
llegada de la II República supuso la conquista de una serie de
derechos sociales que quedaron plasmados en la constitución de 1931.
La igualdad de derechos entre hombres y mujeres, el derecho al
divorcio o el sufragio universal son solo unos ejemplos. Durante los
años de la República se garantizó el acceso a la sanidad y
educación públicas; lo cual suponía un gran paso hacia una
sociedad más justa, más educada y más democrática.
El
discurso hegemónico, construido por los dos grandes partidos del
régimen, ha calado tanto en nuestro subconsciente que hasta
olvidamos nuestras palabras y nuestro mensaje. No, la democracia no
nació en 1978 con una puerta giratoria que convertía fascistas en
demócratas: la democracia moderna en España nació con la II
República.
Hoy,
como cada año, nos reunimos en torno a la bandera tricolor para
honrar la memoria republicana y la de las personas que perdieron la
vida defendiendo sus valores. En estos días de posmodernidad líquida
y de revisionismo salvaje es muy importante que nos mantengamos
fuertes en nuestro mensaje y no nos convirtamos en esclavos de la
imagen.
Nuestro
objetivo es conseguir una sociedad plenamente justa y democrática; y
eso implica necesariamente construir una nueva República. Sin
embargo, parece que nos hemos acostumbrado a vivir la República
alrededor de las piedras de un cementerio, desvirtuando así nuestra
lucha.
De
nada sirve compartir una imagen por redes sociales una vez al año,
ni envolverse en esa bandera tricolor que durante todo el año está
olvidada en el cajón. Evitemos caer en la dictadura de la imagen que
es capaz de desvirtualizarlo todo y construyamos en valores; que
estas piedras sirvan de cimientos, pero que no sean la casa en la que
vivimos.
Necesitamos
construir y llenar de contenido la República; y eso va más allá de
plantear el hecho de poder elegir al jefe de nuestro estado cada
cierto tiempo. Eso es solo una parte, necesaria pero no suficiente
para llegar a nuestra meta.
Ya
desde las elecciones de 1977 el movimiento que defendía la República
fue saboteado y silenciado hasta el olvido. Ningún partido
republicano pudo presentarse a esas elecciones porque
todo estaba ya planeado y más que planeado por agentes externos.
Querían enterrarnos para siempre en el olvido. La llamada ley de
amnistía hizo el resto.
La
constitución de 1978 asignaba exclusivamente la tarea de hacer
política a los partidos, dejando a la ciudadanía lo más alejada
posible de intervenir en las instituciones. La única manera que
tiene la ciudadanía para influir en la política se reduce al gesto
de comprar una determinada marca electoral una vez cada cuatro años.
Además, ya se encargaron de echar más tierra encima de la República
al blindar la figura del rey. Otra trampa más: como el texto estaba
votado, ya no hacía falta referendum por la República. Se asumió
que esa era la voluntad popular y "los padres de la democracia"
dieron el debate por zanjado.
Si
de verdad queremos una sociedad democrática debemos luchar para que
la sociedad firme un contrato social con ella misma. Todos y todas
tenemos un compromiso para fortalecer ese espíritu democrático que
convierte a cada ciudadano en un agente activo de la política. La
cosa pública la hacemos entre todos.
Por
eso hay que ser valientes y dar un paso al frente. No convirtamos
nuestros ateneos, clubes, sociedades de amigos y demás asociaciones
republicanas en lugares donde la nostalgia llene el ambiente; ni
tampoco nos convirtamos en los guardianes del tarro de las esencias
democráticas: trabajemos para construir la sociedad que queremos.
Debemos
romper con las normas que nos dicen que la acción política recae
exclusivamente en los partidos. La tercera República debe estar
formada por una sociedad de ciudadanos libres con poder de decidir
sobre cómo quieren que sea su país. Esta batalla es dura, pero
necesaria. Debemos hacer mucha pedagogía porque esa visión
conformista y clasista de la política forma parte de ese "atado
y bien atado" que lleva ya demasiado tiempo en nuestra sociedad.
Tenemos
que plantear esta batalla en el único campo en el que la podemos
ganar: la cultura. Argumentemos, enseñemos, construyamos ese mensaje
contrahegemónico de que otro país mejor es posible y de que podemos
hacerlo entre todos.
Firmemos
ese pacto para que las víctimas, cada día más olvidadas, no
vuelvan a ser derrotadas. Ya lo han sido muchas veces gracias a la
posverdad que los reduce y condena al olvido.
Vivamos
la República todos los días de nuestras vidas para hacer justicia
con las víctimas y con nuestra sociedad.
¡Salud y República!
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