La
gente que me conoce sabe perfectamente que vivo sin televisión desde hace
muchos años. El único contacto que tengo con las emisiones generalistas ocurre
cuando estoy de visita en casa de mi madre, donde quiera o no algún tipo de
programa me tengo que tragar. Aproximadamente esto ocurre dos semanas al año
(una en verano, otra en invierno) y he de decir que cada vez me sorprende todo
a peor.
Hace
cosa de unos días, por casualidad, mi madre estaba viendo por televisión cómo
un conocido cantante hablaba sobre las recientes donaciones de uno de
los empresarios más ricos del planeta a nuestro sistema sanitario público. Me
refiero, como no, a esta noticia: https://www.20minutos.es/noticia/3648485/0/donaciones-amancio-ortega-me-parecen-ejemplares-sostiene-belarmino-feito-fade/
y
más concretamente https://www.elperiodico.com/es/yotele/20190522/duro-ataque-bertin-osborne-podemos-amancio-ortega-7467539
A
la vista está que estos días el tema es fuente de polémica y parece que nuestra
sociedad se ha polarizado entre los que consideran esto como una bendición y
los que la consideran algo reprobable.
Yo
soy comunista (en realidad siempre seré un aprendiz de comunista) y como tal
creo que es necesario un análisis desde el punto de vista de la lucha por las
cosas que se tocan y se comen. Esa lucha entre agentes contrapuestos existe y
es lo que hace que la sociedad se mueva.
Sin embargo, la información de los grandes medios está elaborada desde
otro punto de vista y es muy fácil alejarse de un análisis materialista para
caer en otro que apela a los sentimientos y sensaciones de las personas que
consumen esa información.
No
es raro, por lo tanto, encontrar razonamientos del tipo “¿qué daño puede
hacer una donación multimillonaria? En la sanidad habrá los recursos de siempre
más esa ayuda”. Este y argumentos similares son el ejemplo más claro de
cómo el mensaje (neo)liberal ha calado en el subconsciente colectivo. El autor
marxista David Harvey ha descrito estos mecanismos en varias de sus obras
[1,2,3] donde se analiza de una manera detallada los intereses de las grandes
fortunas en controlar los servicios públicos.
La
sanidad es un servicio público, y esto es un derecho que ha sido conquistado a
través de la larga lucha obrera. Como servicio público que es no busca el
beneficio económico directo, sino la rentabilidad social. Es decir, al igual
que la educación, la sanidad repercute directamente en el beneficio de toda la
sociedad.
Actualmente,
el sistema sanitario público se financia a través de la parte de los
presupuestos generales del estado destinados a cada comunidad autónoma, así
como con impuestos sobre servicios y consumo en cada región. O sea, cada vez
que compramos algo en una tienda estamos aportando al sistema sanitario.
Además, la asistencia es universal y completa.
Aunque
siempre ha sido su deseo, la última crisis capitalista (que comenzó en 2008)
fue la definitiva puerta de entrada para que las grandes corporaciones privadas
se repartiesen el suculento negocio que suponía desmantelar los servicios
públicos. Esto no es nada nuevo y ha sido el estandarte del modelo liberal: las
barreras al flujo de capital no existen, y son los estados los que deben
controlar mediante los medios coercitivos la propiedad privada. Sirvan como
ejemplo Chile, Reino Unido o la caída de la URSS, donde la esperanza de vida
cayó de golpe del orden de siete años después del desmantelamiento de los
servicios públicos.
La
ausencia de barreras al flujo de capital y la protección de la propiedad
privada han hecho posible un desequilibrio que se decanta a favor del capital
especulativo en detrimento del capital productivo. Por ello, los grandes
empresarios no solo forman un imperio a partir de la globalización de la
precariedad obrera, sino que también acumulan capital inmobiliario con el que
especular o bien forman parte de fondos de inversión. Aquí es donde entran los
mecanismos de ingeniería fiscal que hacen posible la magia de la evasión de
impuestos.
Es
precisamente el argumento de la evasión de impuestos el que ha sido utilizado recientemente
contra la donación que Amancio Ortega ha hecho por valor de 320 millones de
euros a la sanidad pública, más concretamente a través de unas máquinas capaces
de tratar ciertos tumores. Esta manera de filantropía no es nueva: ya Engels
escribió sobre ella en 1845 [4]:
“Usted
dice que los ingleses ricos, que han creado establecimientos de beneficencia
como no se ven en ningún otro país, no piensan en los pobres? Sí por cierto,
¡establecimientos de beneficencia! ¡Como si fuese ayudar al proletario el
comenzar por explotarlo hasta sangrar para luego poder desagraviarlo con
complacencia y farisaísmo con vuestro
prurito de caridad
y presentaros ante
el mundo como grandes
benefactores de la humanidad, mientras devolvéis a ese desdichado que habéis
exprimido hasta la médula, la centésima parte de lo que le corresponde!” (Capítulo
“la posición de la burguesía frente al proletariado”)
O
sea, toda la riqueza que han acumulado a base de la explotación obrera y de la
evasión fiscal es devuelto en forma de migajas a los explotados. En el fondo es
manejar dinero que no es suyo y además tener beneficios fiscales por ello.
Sin
embargo, el argumento de los impuestos debe de ser completado con algo más. En
mi opinión existe un riesgo todavía mayor: el intrusismo de los capitales
privados en lo público. Esa intrusión puede acabar completamente con el
objetivo principal de cualquier servicio público, a saber, la rentabilidad
social. Se corre el riesgo de convertir un servicio en una red de clientes.
Estos falsos actos de filantropía no son gratuitos, puesto que en el fondo van
tejiendo relaciones de dependencia y sensación de impunidad con los capitales
privados.
En
resumen: el estado de un servicio público no puede depender de la motivación
personal de un gran capitalista hacia una determinada enfermedad. ¿Por qué no
se hizo lo mismo con los pacientes de Hepatitis C que veían cómo se les negaba
el tratamiento por razones económicas? Las máquinas que ha donado Amancio
Ortega no suponen una innovación ni novedad en el tratamiento contra el cáncer:
ya existen, son el resultado de una línea previa de investigación. Nunca se ha
argumentando sobre las políticas de prevención. Y eso no es una decisión
económica: es una decisión política. Además, siempre son los servicios
que más afectan a la clase obrera los que están en el punto de mira de estos
falsos filántropos. Muy extraño es ver estos gestos de caridad con el ejército
o las fuerzas de seguridad del Estado. Por ello, es muy necesario mantener la
suficiente firmeza política para protegerlos y no desvirtuarlos hasta
convertirlos en dependientes de la beneficencia o caridad.
Referencias
[1]
“Breve historia del neoliberalismo”, D. Harvey, Akal (2007)
[2]
“El enigma del capital”, D. Harvey, Akal (2012)
[3]
“Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo”, D. Harvey,
Traficantes de sueños (2014)
[4]
“La situación de la clase obrera en Inglaterra”, F. Engels, Futuro (1845)
Jose Cuenca García
@joseAusOff www.facebook.com/JCuenca
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