TEXTO

"Si los españoles hablásemos sólo de lo que sabemos, se generaría un inmenso silencio, que podríamos aprovechar para el estudio.“

Manuel Azaña

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sábado, 8 de septiembre de 2018

El preocupante auge del fascismo en Alemania

Ahora mismo estoy escribiendo estas líneas desde la ciudad alemana de Mainz, en Alemania occidental. Es una preciosa ciudad a orillas del Rin en la que he tenido la inmensa suerte de pasar una parte importante de mi vida.


Antes de comenzar a desarrollar un poco el texto me gustaría recalcar que esta parte del país en la que ahora me encuentro es una especie de burbuja, y explico por qué. La zona de Alemania conocida como Rhein-Main (las cuencas de los ríos Rin y Meno) es una de las más prósperas de toda Europa. Ciudades como Frankfurt, Wiesbaden, Mainz o Darmstadt, entre otras, acumulan un gran tejido empresarial así como importantes infraestructuras públicas. Mencionaré solo algunas de las grandes empresas que están en  Mainz y alrededores: Schott (empresa de vidrio que fabrica casi todos los cristales de televisiones o vitrocerámicas de Europa), la farmacéutica  Boehringer-Ingelheim, Opel (en Rüsselsheim, al lado de Mainz) o Merck (en Darmstadt) Además, las universidades son de una gran calidad y existen centros de investigación como GSI o la Agencia Espacial Europea en los que se llevan a cabo investigaciones punteras en diferentes campos de la ciencia y la tecnología.

Aunque parezca lo contrario no estoy en absoluto haciendo propaganda de estas empresas ni tampoco estoy comparando con la situación en España. He puesto estos ejemplos porque me van a ayudar a poner mi primer punto de apoyo: gran parte de la riqueza de esta tierra proviene del trabajo de los inmigrantes llegados a Alemania después de la II Guerra Mundial. Durante el proceso de reconstrucción, especialmente en 1959, las empresas alemanas carecían de mano de obra. Es por ello por lo que trabajadores de Grecia, España, Portugal y Turquía fueron contratados en masa para cubrir estos puestos de trabajo. Gracias a esta mano de obra las empresas crecían a ritmo alto a costa de la explotación laboral. Hasta la llegada de la CEE los trabajadores extranjeros no gozaban de las mismas condiciones laborales que los trabajadores alemanes; pero hay que tener en cuenta que muchos de estos inmigrantes lo eran por poco tiempo. Estaban emigrados el tiempo necesario para conseguir dinero suficiente con el que regresar a sus países de origen. Es por ello por los que muchos desistían de cualquier lucha sindical. Este escenario era el normalizado hasta los años 60, y a todas las partes implicadas les beneficiaba: por una parte, el trabajador ganaba mucho dinero en poco tiempo y regresaba a casa, por otra, las empresas alemanas obtenían grandes beneficios y por otro lado los países de origen veían cómo sus tasas de paro se reducían.

En esta parte del país se sabe y acepta que los inmigrantes son una parte importante de su riqueza. Es por ello por lo que no existen, salvo casos aislados, movimientos en contra de la población inmigrante. De ahí que al principio del texto haya dicho que esta zona es una burbuja.


Sin embargo, existen otros núcleos en los que la realidad es muy distinta. Ciudades del norte, cerca de la desembocadura del Rin, o en el este de Alemania viven situaciones que nada tienen que ver con esta parte del país. 


Cuando las condiciones laborales de la mano de obra extranjera se equipararon a las de los trabajadores alemanes, mucha gente ya no venía de manera temporal sino que traía o formaba familia en Alemania. El ritmo de crecimiento de esas familias era superior al del resto de familias alemanas, por lo que finalmente barrios enteros estaban habitados por personas inmigrantes. Esto, junto con la automatización de la industria, provocó que los puestos de trabajo disponibles fueran cada vez menos cualificados. De sobra sabemos, por la experiencia en España, que esto suele ser el caldo de cultivo de la intolerancia y xenofobia. Además, hay que tener siempre en mente  un hecho muy importante: la caída del muro de Berlín. Lo dejo de momento en el aire. 


En el año 2015 llegaron “de manera masiva” (lo entrecomillo porque el vergonzoso comportamiento de la UE en este asunto da para varios artículos) a Alemania refugiados sirios y afganos, lo cual hizo aumentar el miedo y el odio en la población más conservadora hacia los inmigrantes, en particular de religión musulmana. Es por ello por lo que el partido neonazi  Alternativa por Alemania (AfD) aprovechó esta corriente y obtuvo un 13% de los votos en las elecciones de 2017.


Recordemos que en Alemania está prohibido hacer el saludo nazi o la exhibición de símbolos relacionados con el nazismo, así como la negación del holocausto. Sin embargo, estamos viendo noticias estos días que deberían preocuparnos. Que algo esté prohibido no significa que no exista. Ese sentimiento de protección de valores nacionales está muy arraigado desde siempre por un alto porcentaje de la población, sobre todo en el este del país. El resurgir de estas corrientes de odio están provocando que esos sentimientos, que a pesar de su alto grado de odio e intolerancia no sean apología del nazismo, sí acaben confundiéndose y además salgan de manera conjunta a la calle. Es decir, este movimiento está compuesto tanto por neonazis como por personas que muestran intolerancia a todo extranjero no adaptado, figura que identifican con el inmigrante musulmán, especialmente.

Hay una especie de ley no escrita que dice que “cada vez que un movimiento fascista toma fuerza en la calle, inmediatamente debe de ser contrarrestado por otro para evitar que tome más fuerza”.  Ciudades del este de Alemania han vivido fuertes enfrentamientos entre neonazis y antifascistas. Sirva como ejemplo Leipzig, una ciudad de izquierdas en la que el nazismo ha ido cobrando cada vez más fuerza entre la población joven.  Este auge ha sido compensando por movimientos antifascistas, hasta el punto que podríamos decir que la ciudad está partida por la mitad.


Hasta ahora, todas las manifestaciones públicas de odio y apología del nazismo habían sido contrarrestadas por antifascistas y policía, es decir, el Estado no permitía ciertas manifestaciones públicas de odio. Sin embargo, estamos viendo como recientemente una marcha neonazi en Berlín fue consentida por la policía y además miembros antifascistas fueron detenidos por tratar de evitar el avance de la manifestación.

Esto es lo realmente preocupante. La DDR y el muro de Berlín fueron el freno para la expansión del nazismo en la posguerra. Sin embargo, ahora que no están su auge parece imparable. ¿Qué ha podido pasar y cómo se podría parar?.

En mi modesta opinión, se han juntado varios factores. Por una parte (y creo que es la componente principal) una prostitución del lenguaje, en el sentido de que todo lo relativiza y pervierte. De repente existe un debate sobre si el nazismo entra dentro de la libertad de expresión o no y de si por lo tanto debe ser respetada como opción de pensamiento. Existen personas, incluso que se consideran de izquierdas, que niegan que sean neonazis: simplemente son alemanes hartos de lo que están haciendo con su pueblo (sic) Esta especie de equidistancia o “buenismo” es un argumento que está calando cada vez más y más apoyándose en falacias del tipo “bueno, los musulmanes matan y violan; solo se defienden”.


Por otra parte, junto con el calado en el subconsciente colectivo de esos mensajes, tenemos la inacción o tibieza con la que la izquierda está actuando. Ya no en Alemania, sino a escala global. Prácticamente el peso de combatir el neonazismo recae sobre los grupos organizados antifascistas en la calle; pero ¿dónde están los valores Republicanos y de clase? Los partidos de izquierda en Europa se limitan a condenar acciones en la distancia, pero no hay un contramensaje que compense a los mensajes de odio dominantes. No están siendo el contrapeso ideológico y son cómplices de ese relativismo perverso.



Como comentario final: si finalmente ese mensaje gana, estamos perdidos.



Jose Cuenca
@joseMainz

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