Náusea, asco, estupefacción, vergüenza, sorpresa, extrañeza, duda, incertidumbre, rabia, indignación, coraje, angustia, incomprensión, ira, cabreo, enfado, impotencia, contrariedad, incredulidad, cólera, pena, agitación, desilusión, desesperanza, rebeldía, desazón, mosqueo, alarma, perplejidad, ganas de maldecir los estados y sus símbolos, de reventar las fronteras, de pisotear las banderas, de escupir a los pies de los gobernantes, de volar los pilares de esta caduca y egoísta Europa, de borrar del mapa los nacionalismos de cualquier pelaje…
Todo eso es lo que sentimos cuando nos acordamos de que el gobierno de Pedro Sánchez mantiene retenidos desde enero los barcos Aita Mari y Open Arms. Desde entonces, cientos de personas, incluyendo un número indeterminado de niños y niñas, se han ahogado en las mismas aguas del Mediterráneo por las que circulan nuestros opulentos cruceros. Óscar Camps, director de la ONG Proactiva, calificó de “cobarde” la actitud de nuestro ejecutivo. A nosotros se nos ocurren muchos más adjetivos… En cualquier caso, aquí da todo igual. Con poner o quitar lazos amarillos, repetir muchas veces la palabra España y meter unos cuantos figurones (a ser posible toreros) en las listas electorales, ya tenemos bastante…
Todo eso es lo que sentimos cuando nos enteramos de que, mientras nuestro ministro del Interior alardea de que se van a retirar las concertinas en el lado español de lasvallas de Ceuta y Melilla, la administración marroquí las está instalando en su lado con dinero procedente de la Unión Europea. Fantástico, ¿verdad? Las quitamos de nuestra zona, porque parece que afean la imagen de un ejecutivo socialista chachipiruli, y pagamos para que las pongan nuestros vecinos unos metros más allá. Ya se sabe: ojos que no ven… Carne que se desgarra en el extranjero (aunque sea a un tiro de piedra), problema del forastero… Por si fuera poco, el ministro Grande-Marlaska ha ofrecido una explicación genial de la maniobra anti inmigratoria. Ha dicho que Marruecos ha excavado un foso y ha levantado una alambrada de casi dos metros con las susodichas concertinas para proteger una especie de puestos de vigilancia que se están levantando. Claro, jeje, no habíamos caído. Hay que levantar alambradas coronadas de concertinas porque los migrantes están interesadísimos en acceder a esos puestos para que la policía marroquí los apelee o los aprese y los abandone en medio del desierto… Cómo no lo habíamos pensado antes…
Y todo eso es lo que sentimos cuando leemos, hace apenas unos días, que PSOE, PP y Ciudadanos han votado conjuntamente en la Eurocámara una propuesta de reforma de la Guardia Europea de Fronteras y Costas con la que, en opinión de la eurodiputada de Izquierda Unida Marina Albiol, Salvini “ha conseguido imponer su agenda racista a toda la UE”. A partir de ahora, este cuerpo armado, compuesto por unos 10.000 agentes, tendrá la potestad de ejecutar deportaciones al margen de las legislaciones propias de los estados miembros. Así mismo, podrá llevar a cabo controles fronterizos y detener migrantes o refugiados e intervenir directamente en terceros países en los que, por ejemplo, la UE mantenga misiones militares. Ah, y por supuesto, la policía de marras no está mandatada para efectuar acciones de rescate de ningún modo. Salvar negros y moros… ¡Hasta ahí podíamos llegar!
Y así estamos a estas alturas del siglo XXI. Desde 1988, año en que apareció el primer inmigrante ahogado en una playa española, hasta ahora, han sucumbido unas 18.000 personas en la inmensa fosa acuática del estrecho de Gibraltar. Libia se ha convertido en un moridero y en un inmenso mercado de esclavos gracias, entre otras cosas, a la intervención de los países occidentales. La codicia de los ricos sigue devastando el planeta. La industria armamentística se forra alimentando conflictos aquí y allá. Por todos lados se levantan muros y se excavan trincheras. El papa Francisco confiesa que lloró cuando Jordi Évole le mostró una concertina durante la entrevista que le hizo para su programa Salvados. Aplaudimos sinceramente ese gesto de humildad y compasión. Compartimos sus lágrimas. Ahora sólo falta convertir el llanto en la energía subversiva capaz de cambiar desde la base este puto mundo.
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